07 febrero 2012

No puedo decir que no te quiera.

<Se despierta. Lleva puesto un vestido verde con volantes, muy primaveral. Se encuentra en la cama de una habitación que no reconoce. No sabe dónde está. Sale de la habitación y se encuentra en una casita de madera, como la que siempre le ha gustado para pasar en vacaciones. Al final de un camino de tierra, en medio de un prado. Sale de la casa y ve el paisaje que se extiende ante ella: todo es de color verde moteado con flores de colores. Precioso. En ese momento, le ve: está paseando, y como si la hubiera oido, se da la vuelta, la mira y sonrie.
- Princesa, te estaba esperando. ¿Qué tal has dormido?
Ella no sabe qué hacer. Todo es un sueño ¿verdad? Él se fue hace tiempo para no volver...
- Ven, acércate, la playa se ve preciosa desde esta roca. Podemos bajar a dar un paseo.
No se lo puede creer, pero no puede evitar andar hacia él. Quiere abrazarle, besarle, respirar su olor; recorrer cada parte de su cuerpo y memorizarlo. Ilusionada, sale corriendo en su dirección. Pero es imposible: un fuerte viento se levanta y todo se vuelve oscuro, los colores se apagan y el cielo se nubla. No puede avanzar, y siente que se le escapa la fuerza cada vez que levanta una pierna. Él desaparece, y con él, todo lo bonito del momento. Se queda sola.>

Se despierta.
¿Qué hora es? Tarde, mucho. No se oye ruido en la casa, ni fuera de ella. No se oyen coches por la carretera. Se queda mirando la oscuridad, dejando que se apodere de ella. Cuando creía que todo estaba superado, aparece de nuevo el recuerdo de su aroma, de los escalofríos que le producían su contacto, de cada uno de los besos que le regaló; el recuerdo de cada vez que le miraba y no podía evitar pensar lo afortunada que era, entonces él la besaba, de una manera que hacía que todos sus sentidos quedaran anulados y se dejaba llevar. Recuerdos que cada día la siguen allá donde vaya aunque los deseche de su mente.