19 noviembre 2019

Ese.

Ha dejado de hacer viento y no hay ni una nube en el cielo. Te parece una ironía horrible que haga tan buen día. Y piensas que ojalá pudieras compartir este último momento con alguien, y que ojalá pudieras sentir algo más que el calor del sol en la piel.

Has subido a la azotea por las escaleras, como si intentaras luchar los restos de esta decisión. Esperando, tal vez, una llamada, un mensaje o que apareciera alguien que te hiciera cambiar totalmente de idea, que te ayude a luchar ese demonio. Contando cada escalón, sin separarte de la barandilla, como si pudiera salvarte. 

Pero ahí estás, en tirantes en pleno noviembre, porque querías intentar sentir algo por última vez. Sabes de sobra que no va a aparecer nadie, y estás bien con eso. Ellos creen que estás bien, y tú sientes menos cada momento que pasa, como si el calor que salía desde el fondo de tu estómago se hubiera ido apagando.

'Siempre estás fría'. Ojalá pudieran entender lo cierto que es eso.

Hace frío, tienes la piel erizada, pero eso ya no importa. Paseas hasta llegar a una esquina y encuentras el taburete. Lo dejaste la última vez que estuviste allí, como una tormenta de dolor, sin dejar de llorar y tan cobarde. Te subiste y te sentaste mirando al vacío sin parar de llorar, y después de dos horas, te diste la vuelta, temblando, bajaste a casa y te lavaste la cara.

'He dormido mal, da igual, estoy bien'. Luego dices que no mientes.

Y ahí estás otra vez, sin dudar, sin temblar. Sin sentir. No sabes cómo te has roto tanto, pero ya no importa.

Te subes al taburete y te apoyas en el muro, mirando hacia abajo. El mundo parece muy tranquilo hoy, como si estuviera esperando, dejándote espacio.

Levantas la cara hacia el sol, y sonríes, nunca te habías sentido tan en paz. Tal vez nunca habías estado tan segura de que esto iba a acabar por fin.

Suspiras, apoyas las manos en el muro, subes una pierna y te quedas sentada en él. Te agarras con fuerza, con una pierna a cada lado. ¿Es eso miedo?
Cierras los ojos, respiras hondo, pasas la otra pierna, despacio y sin abrir los ojos. Vuelves a respirar y miras hacia abajo.

Te pones de pie, y de golpe se mueve un viento que te empuja hacia atrás, como queriendo salvarte. Pero mantienes el equilibrio y le pones los ojos en blanco.

Da igual.

Te estabilizas y respiras hondo.
Sonríes levemente mientras rescatas un poco de dolor de dentro y lloras. Sonríes levemente y te abrazas en el aire.

Estoy bien.

Es lo último que piensas, antes de que todo se vuelva negro, y por primera vez, lo sientes de verdad.