20 noviembre 2012

Esas veces.

Esas veces en las que quieres gritar pero el grito se te queda en la garganta formando un nudo y haciéndote daño. Y el grito, en vez de desgarrar el aire, te desgarra a ti.
Esas veces en las que quieres llorar, pero parpadeas muy rápido o miras hacia arriba para que las lágrimas no caigan. Haciendo así que te escuezan los ojos de manera ponzoñosa.
Esas veces en las que solo dos palabras te solucionarian días, semanas o incluso meses de problemas, pero eres incapaz de decirlas por miedo, porque eres idiota o por el motivo que sea.

19 noviembre 2012

A friend can save a life.

Esas personas que nos soportan cuando somos pesados, que nos hacen reír cuando menos lo esperamos y más lo necesitamos, que nos dicen lo que no hacemos bien, nos ayudan a corregirlo y nos hacen ser mejores. Esas personas que aunque no las veas siempre están ahí dando follón, que siempre tienen tiempo para escucharte, que confían en ti y que siguen a tu lado a pesar de tus secretos. Esas personas que han estado ahí para decirnos: "no estás solo" y han demostrado tal cosa. Esas personas que hacen que el día a día se nos haga más llevadero, que siempre llegan a tiempo para sacarnos del pozo más hondo, limpiarnos el polvo de la caída y darnos un empujón para que sigamos adelante. Las personas que nos han visto llorar amargamente y reír eufóricamente, las que saben nuestros secretos más oscuros y soportan la carga con nosotros. Esas personas que se suelen llamar amigos.
 Poca gente sabe que hay noches eternas en las que lloramos, destrozamos lo que tenemos a mano, nos acosan las pesadillas o simplemente nos quedamos tumbados sin poder dormir porque tenemos miedo. Poca gente sabe lo que guardamos dentro de nosotros mismos, de lo que somos capaces de hacer por un ataque de ira, desesperación, amor o cualquier sentimiento que nos pueda llevar a la locura. Cuando ésta llega a nuestro cerebro y no nos deja razonar es cuando deberíamos tener miedo de lo que pueda pasar, pues podemos perder la razón y actuar de manera irremediable y hacer algo cobarde e insensato. Y sólo esas personas pueden luchar contra la locura y ayudarnos a salir del agujero negro, pues el que se enfrente a ésta encontrándose solo y abandonado, puede darse por perdido.
 Aunque a veces la persona que nos va a ayudar cuando más lo necesitamos sea, tal vez, la que menos esperábamos. Quizá sea alguien que te pregunta inocentemente cómo estás y acaba escuchándote y dándote ánimos mejor que nadie. Quizá podría ser alguien a quien acabas de conocer o que conoces de hace tiempo pero nunca has tenido la confianza suficiente de hablar a nivel personal que él. No tiene por qué ser tu amigo de toda la vida o alguien que te ve todos los días. Alguien que ha sido capaz de romper las barreras que te has pueso a tí mismo, ha visto lo que hay dentro y se ha parado a arreglarlo.

 Todo el mundo necesita un amigo, aunque sea sólo uno, que lo salve de la locura; que le salve la vida.

14 noviembre 2012

Historias del Norte.

Había una vez una princesa, era pequeña, estaba sola y no era gran cosa. Vivía en un castillo de hielo en el Norte; un castillo de piedra fría lo bastante grande para ella y todos su pensamientos y sentimientos, y la única compañía que tenía eran sus flores: lirios de color malva que nunca marchitaban y le daban esperanza, fuerza y alegría. La princesa salía muy poco del castillo, le daba miedo hacerlo, aunque cuando salía conocía a la gente de los alrededores. Normalmente eran buenos y ella se permitía quedarse fuera y abandonar un poco el castillo, pero a veces aparecían gigantes horribles que le obligaban a encerrarse de nuevo; otras veces era el miedo el que la hacía correr hasta su remanso de paz.
Un día apareció un muchacho. Era un muchacho normal y corriente, pasaba desapercibido. Pero había algo en él, su mirada, la forma de sonreír, que llamó la atención de la princesa. Poco a poco se acercaron el uno al otro, era una historia que se repetía: conocer a alguien con miedo a que le hiciera daño pero aguantar y disfrutar mientras no fuera así. Aunque no fuera nada excepcional en apariencia, ella se sentía muy agusto con él, era su compañero, siempre parecía tener una sonrisa para ella. Pero un día llegó una tormenta, los rayos iluminaban el cielo así como la cara del muchacho, y la princesa pudo ver que algo iba mal. Él le habló, le habló de una manera en la que no la había hecho antes y le dijo que debía irse, otros asuntos le esperaban. Ella lloró toda la noche y volvió a encerrarse en su habitación. Pasó el tiempo y perdió la esperanza de que el muchacho volviera, así que optó por ser indiferente con respecto a él.

Llegó un día, en la fiesta del poblado, ella estaba pasandolo en grande, y le vio. Como otras veces, ninguno se dirigió palabra, el orgullo era más grande que ella misma y él... sólo él sabía lo que pensaba, pero él se dirigió a ella y le volvió a hablar. Pasaron los días y muy poco a poco volvieron a hablar, a  compartir cosas, a verse. Cada vez más. Ella se sentía insegura, traicionada y no quería que él volviera a desaparecer. Pese a eso, él volvió con fuerza y llegó hasta el castillo de la princesa, donde compartirían secretos, historias... Ella se quedaba en blanco al escucharle; cuando escuchaba sus historias no había nada más, y muchos días se hacían eternos mientras esperaba la noche y poder escucharle. Ella acabó por reconocer quien era aquel muchacho: era un rey, un rey del Norte, pero no uno cualquiera, era su rey del Norte.
Ella se esforzaba siempre por verle sonreír, por hacerle feliz siempre que podía, pero nunca parecía ser suficiente y eso siempre le dolía, pero nunca dejó de intentarlo. Siempre le dedicaba sus mejores sonrisas, intentaba ser feliz en su presencia, pues sabía que si ella estaba triste, él se entristecía y que él fuera feliz era lo que más le preocupaba. Le dejó ver o entrever algunos de los secretos que escondía, hablaba con él sin miedo a que no le escuchara, y sabía que al final de la noche él le daría un abrazo arctico, un beso en la frente y ella podría dormir en paz.
Pero todo eso no duraría mucho, pues ella no era capaz de darle todo lo que él ansiaba. Y llegó el momento que ella pensaba que nunca llegaría. Ella se despertó y vio nubes de tormenta, de nuevo, sus flores se veían marchitas y supo lo que venía a continuación. Él estaba sentado en una roca junto al lago donde solían ir a pasear, estaba alicaído, se le notaba desde lejos. Ni siquiera la miró a los ojos cuando le dijo que se iba. Ella intentó suplicarle, pero se sentía abandonada, decepcionada, triste y frustrada, pues sabía que lo mejor para ambos era que él se marchara y encontrara lo que buscaba, pues solo así podrían volver a pasear juntos. Él se fue y ella se quedó sola en un castillo que se le quedaba enorme a una princesa tan pequeña como ella.
Intentando ser fuerte, la princesa se mostraba indiferente, pero por las noches las pesadillas la atacaban y el miedo la abrazaba entre sus fríos brazos. Y no era un frío normal, no, era un frío de los que te hielan hasta el alma y no te dejan respirar. Sin embargo, a pesar de todo eso, sus lirios malva cada día brillaban con más intensidad y la guardaban mejor de aquel horrible frío, como promesa de que su rey volvería.