03 julio 2012

Muere.

Atado como estaba en esa silla, casi parecía un coderillo a punto de ser degollado. Aunque, bien pensado, no se diferenciaba tanto de esa comparación. Sus ojos reflejaban la sorpresa de verme ante él. Obviamente no esperaba verme allí; después de tanto tiempo, pensé que se abría olvidado incluso de mi rostro. Pero no. Los acontecimientos pasados aún perduran en mi memoria como si hubieran ocurrido hace poco tiempo; en cambio, han pasado años.
- ¿Qué hago aquí? ¿Qué quieres?
Debió ver un atisbo de mis intenciones reflejado en mis ojos, sin duda refulgentes de ira y rencor, pues se le veía inquieto y nervioso. Yo sonreía. Era una sonrisa tranquila y serena. Una sonrisa de psicópata, sin duda.
- Ja ja ja. ¿Recuerdas aquellos regalos que me hiciste? Me dijiste que habría de pagarte cada euro. Vengo a saldar mi deuda.
Pude leer en su rostro que no recordaba de qué hablaba. Tenía la cara gorda, con ojos escondidos tras unas gafas anticuadas. Creo que no se las había cambiado en todos estos años. El pelo negro, negro azabache, a juego con ese espeso y asqueroso bigote que siempre me había asqueado. Gordo asqueroso.
Pobre ingenuo... Había llegado la hora. Ahora me tocaba a mi hacerle tragar todo lo que había hecho.
Andé hacia él. El traje de cuero negro era realmente incómodo, pero toda aquella pantomima lo merecía. Notaba la daga al andar, en la liga que llevaba en el muslo derecho. Me incliné hacia él a escaso centímetro de su cara y puse mis manos en sus rodillas.
- Vamos... ¿No querías que te diera besos?
Saqué la daga y me puse en los labios. Vi como abría los ojos de manera increíble. Y me reí. Le puse la punta cuvada de la daga en el labio inferior y presioné. Lo justo para atravesar la fina piel y producirle una pequeña herida. Giró bruscamente la cabeza, poduciendose a sí miso un arañazo notable de la boca hasta el final de la mandíbula. Eso me enfureció. Le di un sonoro bofetón en la misma mejilla en la que una fina línea de sangre había aparecido, y ésta brotó hasta fomar una pequeña gotita que amenazaba con deslizarse hasta su gordo cuello.
- ¡Estúpido! Oh, vamos... Sólo quiero recuerar el tiempo perdido. ¿Recuerdas cuando tenía que aguantar con tu boca pegada a la mía sin poder moverme? 
Le escupí y le volví a abofetear. Me daba tantísimo asco... Propiné una patada a una pata de la silla y la tumbé. La imagen de aquel gordo retorciéndose en el suelo me resultó extraordinariamente cómica y satisfactoria.
- Zorra. Suéltame.
Aquello hizo que la ira brotara desde lo más hondo de mí y comenzara a pegarle patadas a aquella asquerosa bola de sebo. Oía gemidos podecente de la mole que había a mis pies y atisbé sangre en la alfombra marrón. Me reía. Me reía como una histérica y una psicópata. Tal vez lo sea.
Cogí mi bolso de la cama, saqué un paquete de tabaco y me encendí un cigarro. Junto al ambiente de la pequeña habitación, cada calada era una palabra, una frase, en una conversación privada con la muerte. Vieja amiga siempre acechante, hoy yo era su enviada.
Terminé el cigarro y lo apagué en el brazo izquierdo de aquel pobre gordo. Me estaba cansando y aburriendo. Quería acabar con aquello cuanto antes. Lo desaté y dejé que se arrastrara gritando incoherencias hacia la puerta. Cerrada por una llave que yo llevaba colgada al cuello
- No vas a salir de aquí. Ven, vamos. No te haré daño... No mucho.
Se levantó a la vez que yo andaba en su dirección, sin duda quería hacerme frente. Me volví a reír, lo miré con mi sonrisa serena y le lanzé la daga.
- Blanco en el estómago. 100 puntos. ¡Voy ganando! JAJAJAJAJA
La imagen de aquel cerdo cayendo de rodillas mirándome sorprendido me dio pena. Pobrecillo... No ha sufrido lo suficiente, y su desgastado corazón ya tenía que haber explotado. Se sostenía la daga en las manos mientras la sangre brotaba y machaba aquello que se ponía en su paso. Saqué un puñal, me senté a su lado y se lo clavé. Seis centímetros, quizá ocho; directo al corazón.